Darinka

Darinka sentía hambre. Otra vez.

Los restos de la cena se secaban sobre la cama. Y venía teniendo suerte: al parecer, ningún vecino había notado que su “papá” no aparecía por los pasillos desde hacía un par de días.

Ser la nenita del edificio era una ventaja que debía aprovechar antes de buscar un nuevo esclavo. Abrió la puerta del departamento y observó el pasillo. En el A vivía Irma. Irma la adoraba: si iba a visitarla, sin duda le abriría la puerta. Pero Irma era vieja, y a Darinka no le gustaban los viejos. En el B vivían los Fernández: una familia entera la tentaba mucho, pero el riesgo era demasiado alto.

El C.

En el C vivía ese tal Álex, un tipo joven. Joven, y muy introvertido. Un pelotudo, bah.

Darinka cerró la puerta y se la jugó. Tocó el timbre del C.

A lo mejor el pelotudo no estaba en casa. En una charla de pasillo, lo oyó decir que le gustaba sentarse en algún banco de la plaza Echeverría y observar a la gente. En ese caso, ella debería conformarse con la sangre de Irma. Sangre vieja. Sangre sosa.

―¿Quién es?

―Soy… ―puso su voz más virginal―. Soy Darinka.

La puerta se abrió apenas. Y por la hendija apareció Álex, con cara de preocupación:

―¿Estás bien? ¿Le pasó algo a Luis?

―Papi está bien. Ya se fue a trabajar ―Darinka puso los ojos vidriosos―. Pero se olvidó de dejarme comida.

―Ah, qué mal. ―Álex se dio vuelta y miró hacia el interior de su departamento, y después volvió a mirar a Darinka, y cómo cayendo en la realidad dijo―: Ah, ¿querés que yo te prepare algo?

Sos una luz, pensó Darinka. El Genio de las Deducciones. Pero asintió inocentemente:

―Si no es molestia, señor.

Álex miró hacia la puerta de enfrente.

―¿No está la señora del A?

―¿Irma? Ella es buena. ―Bajando la voz agregó―: Pero me aburró en su casa.

Álex estiró la boca forzando una sonrisa, y después se resignó:

―Bueno, pasá.

Ah, la frase más deseada. Darinka entró y se sentó en el sillón del living, mientras Álex cerraba la puerta.

―¿Querés ver los dibujitos? ―Álex la miraba entre incómodo y nervioso. ¿No sabía tratar con niños, o acaso sospechaba?

―Prefiero leer el diario ―dijo ella agarrando el Popular de la mesita ratona.

―Como quieras. Pero no creo que las noticias de ese diario sean aptas para menores.

Darinka se rio cubriéndose la boca: ocultaba los sedientos colmillos, aptos para todo público.

―Voy a la cocina a prepararte algo, nena. ¿Dánika te llamabas, no?

―Darinka.

Darinka, imbécil.

Ella asintió, mientras leía la tapa: fútbol, esa inexplicable pasión salvaje.

 

10  heridos a la salida del clásico de Avellaneda.

 

Una vez más la violencia se hizo presente en el fútbol argentino.

Esta vez, el enfrentamiento no fue entre las hinchadas de Racing e Independiente, sino entre dos facciones disidentes de la Guardia Imperial. Hay apuñalados y heridos de arma de fuego. Los detenidos ya fueron liberados.

 

Qué divertido, pensó Darinka. Si ella fuera presidente, fomentaría esa brutalidad. No la del fútbol, sino la de los enfrentamientos armados.

Siguió leyendo la tapa:

 

Declaraciones del ministro de Economía

 

“El nuevo impuesto a la importación promueve el consumo de productos nacionales”. Ayer a la tarde en conferencia de prensa, el flamante ministro dejó esa y otras conclusiones que dan para el debate. La CGT y la oposición le salieron al cruce.

 

¿Impuestos que promueven el consumo? Qué gracioso. Darinka lo conocía bien al flamante ministro: en el pasado habían cazado juntos él y ella, pero hacía siglos que tomaron caminos diferentes.

―Nena ―dijo Álex desde la cocina―: ¿una ensalada te parece bien?

―Es lo mismo ―dijo ella, y pensó: total mi almuerzo serás tú.

Siguió leyendo el diario. La nota principal era interesante:

 

“El Piñón de Villa Urquiza” ataca de nuevo.

 

Encontraron muerto a Rubén M. (23). Al igual que las cuatro víctimas anteriores, el joven apareció descuartizado adentro de una valija, con la boca abierta de oreja a oreja formando una sonrisa macabra. La nueva víctima también compartía otra característica con las anteriores: su rostro maquillado imitando al famoso payaso Piñón Fijo.

El indigente que lo halló escarbando en un tacho de basura declaró: “Al abrir la valija lo primero que me encontré fue un oso de peluche bañado en sangre”.

Recordemos que las otras víctimas también fueron dejadas en diferentes esquinas del barrio, todas descuartizadas en valijas, y todas acompañadas de un oso de peluche diferente.

 

Qué raros son los humanos, pensó Darinka. Cómo se excitan con el morbo. Los fascina la muerte.

Oyó que Álex abría la heladera, o acaso la alacena.

Siguió leyendo:

 

Justo antes del cierre de esta edición, el comisario Colucci, jefe de la comisaría 49, confirmó lo que se sospechaba: “Se trata del mismo asesino, sin ninguna duda. El tipo de víctima va variando, y eso es un hecho bastante raro según mi experiencia. También el modus operandi cambia, como si improvisara; pero lo que no cambia es la forma de despojarse de sus víctimas. El descuartizamiento, las valijas, los peluches y también el maquillaje se repiten en todos los casos”.

 

Darinka dio una mirada al living: sencillo, pulcro. Hasta olía a lavandina. Oyó el cuchillo contra la tabla de madera: Álex estaría cortando verduras. ¡Verduras! ¡A una nena! ¿A quién se le ocurre?

Giró el diario. La contratapa entera la ocupaba la foto de una modelo o vedette mostrando el culo. Hermoso culo, se dijo, y esas nalgas duras y brillantes le despertaron el apetito.

Se levantó del sillón y fue hasta la puerta de la cocina.

―Basta de juegos ―ordenó.

Álex la miró extrañado, y ella mostró por fin garras y colmillos.

Él no se sorprendió al ver esos ojos diabólicos. De la mesada agarró la tabla y se la revoleó al vampiro. Decenas de trocitos blancos volaron por el aire y se incrustaron en la piel de la criatura. Darinka se cubrió de pústulas sulfurosas que despedían un olor acre. Retrocedió hasta el comedor, aleteaba para arrancarse del cuerpo los pedazos de ajo. Eran como clavos al rojo vivo.

Mientras el vampiro manoteaba y chillaba de dolor, Álex se acercó y le aplastó en el pecho el diente de ajo que había estado cortando. Entre las costillas del monstruo se abrió un humeante hueco. Y en ese hueco hundió Álex el mango de la cuchara de madera.

Entre toses y temblores, Darinka cayó sobre el parqué, incrédula.

Mirándola desde arriba, Álex ya pensaba qué valija y qué osito de peluche combinaban mejor con su nueva y tan peculiar víctima.

 


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